lunes, 18 de enero de 2010

CONFIANZA EN LA LEY Cuando las ansias de justicia desembocan en sed de venganza


Por Alfredo “Tico” Meli
“Dura lex sed lex” reza una antigua y exacta locución latina que resulta oportuno traer a la memoria a propósito de sucesos policiales donde la muerte violenta de inocentes, transforma un hecho de sangre propio de las páginas policiales, en un drama familiar que involucra emocionalmente, incluso, a vecinos y amigos de la víctima.

Hace escasas horas, el sábado 16 de enero, Miguel Páez fue asesinado en un barrio de la capital correntina, creando un cuadro de consternación imaginable sólo para quienes han atravesado circunstancias trágicas similares. La impotencia, la desesperación y el dolor, se confunden en las mentes de los deudos.

El llanto de las primeras horas es suplantado por el grito interior que reclama justicia, la que debe sobrevenir de la mano de los auxiliares del Poder, habilitados por la ley para irrumpir en el despiadado terreno que representa investigar un asesinato, en este caso, de un joven en la plenitud de su mocedad.

Y los representantes del Poder, con ecuanimidad, pidieron a los deudos, y lo lograron, espacios para actuar, permitiendo canalizar como corresponde, las ansias de justicia.

La ejemplar actitud de la familia doliente, hoy nos muestra la realidad de su sufrimiento que no se calma con otras actitudes reñidas con los perennes principios de civilidad, sino con la seguridad que el accionar de la justicia, si bien no repondrá la vida perdida, hará pagar al responsable, en los términos que establece la ley.

Hecho muy distinto, pese a su similitud, fue el sucedido hace ocho años, cuando un 20 de diciembre de 2001, el joven Ramón Arapí, era asesinado en oscuras circunstancias que, hoy, no han sido resueltas, ni mucho menos aclaradas, toda vez que las ansias de justicia fueron avasalladas por la sed de venganza.

Por este triste suceso fueron acusados, imputados, encarcelados y juzgados un grupo de policías que cumplían misión de patrullaje en la vecindad donde ocurrió el hecho de sangre y que, por la cercanía de las fiestas de fin de año, adquirió connotaciones que fueron aprovechadas por sectores sensacionalistas, vaya a saber con qué fines.

Y esa sed de venganza quedó al descubierto cuando las testimoniales develaron falsedad con el único fin de hacer caer la culpabilidad en los imputados. Cambios de circunstancias, contradicciones, hechos que eran tergiversados, indicaban que sólo se buscaba la condena de cinco uniformados. Aunque fueran inocentes.

Aquel triste hecho culminó con cinco policías absueltos de culpa y cargo pero con las llagas que deja la injusta cárcel impresa en sus mentes. Entre esa historia y esta reciente, observamos un terreno sembrado de cientos de casos dolorosos donde la muerte se ha hecho presente por la voluntad humana.

Nos queda como sociedad, continuar confiando en la organización que, como Estado, nos ofrecen a los ciudadanos, para que la ciega justicia sea quien actúe a través de sus entes reglamentados. Y no sea el hombre quien pretenda quebrar la verdad para transformar las ansias de justicia, en sed de venganza.



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