Cuando hablamos de adicciones, más allá que hablar de enfermedades individuales, hablamos de males sociales. Y decir “mal social” implica que los afectados son muchos, son entramados colectivos enteros, llámense éstos familia, un barrio, una localidad.
Cuando hablamos de adicciones hablamos de dependencias. Dependencias a determinadas sustancias, conductas o personas que se comportan cual ojo de aguja a través del cual se desarrolla la vida de una persona. A pesar de que ese alguien esgrime a rajatabla “no….no es tan así…yo controlo….yo lo dejo cuando quiero”. Si de pronto, mi vida no transcurre sin un pucho mas, sin la última copa, sin la adrenalina de la última apuesta, sin la mirada pendiente en las pantallas de celulares o computadoras, señoras y señores, chicas y chicos, niñas y niños, hagamos un alto: ¿Quién controla a quien?
Y es alarmante que cada vez son más pequeños los que se inician, más consecuencias a la salud que se cobran y menos adultos comprometidos, realmente concientes y sensibilizados frente al problema del consumo desmedido. “No hay problema….toman en casa….yo los miro”, o también “mejor que lo hagan en casa, o sino ¿dónde van a aprender?”
Y allí está el quit de la cuestión, el meollo del asunto, el centro mismo de la discusión. Es en casa, en ese núcleo familiar primario y primera célula social donde adquirimos las herramientas básicas de cómo hacer frente a los problemas, de qué se necesita para divertirnos, de cuánto valemos por los seres mismos que somos y no por lo que aparentamos ser o por lo que podemos dar (materialmente hablando). Y remarco estos aprendizajes porque son esas las mismas causas por las que principalmente niños y adolescentes argumentan que empiezan a consumir: por problemas (de cualquier tipo), por diversión o experimentación, por soledad o “para pertenecer a”.
Entonces, sería bueno empezar a ser más conscientes de cuales son los modelos que damos, que transmitimos. Sería mejor caer en cuenta que los hijos aprenden de lo que los padres “hacen” más que de lo que “dicen”. Sería también más beneficioso saber (de una vez por todas) que “la prevención” es cien veces mejor y menos costosa que “la rehabilitación”. Que nunca van a existir suficientes dispositivos asistenciales pero sí pueden abundar por cada niño o adolescente suficientes adultos comprometidos que puedan hablar, escuchar y modelar desde los hechos y no sólo desde las palabras cómo vivir de la mejor manera posible a pesar de las dificultades que aparezcan.
Como lo dijo el Dr. Pablo Rossi, Presidente de la Fundación Manantiales de nuestro país, “No existen vacunas contra la droga ni soluciones mágicas, solo los valores y normas familiares opuestos al uso de drogas, en combinación con un fuerte vinculo entre padres e hijos y una comunicación abierta, promoverán el desarrollo saludable y reducirán las posibilidades de que nuestros jóvenes recurran a las drogas.”
Graciela A. Pianalto
Lic. En Psicología – Esp. En Salud Mental
M.P. Nº 116
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